Lo enorme de lo pequeño
Por Diego Antoní Loaeza
Como todas las cosas que luego adquieren vida propia, la Conferencia Mariano Otero empezó en el espacio de lo infinitamente pequeño y azaroso. Bastaron una serie de coincidencias y un contexto favorable – ¡y vaya que 1994 era un caldo de cultivo propicio en México!- para que la idea de un espacio estudiantil de discusión plural tomara rápidamente la forma de lo que hoy es la Conferencia.
A la distancia, y por lo entrañables que resultaron las amistades allí conocidas, es difícil no cargar de emoción los más mínimos detalles de tal conversación o tal encuentro. Han crecido en nosotros hasta ser parte de nuestras trayectorias vitales, y por eso la Conferencia sigue creciendo en bagaje emotivo y simbólico.
Pero lo enorme también radica en la serena permanencia de un espacio que, en medio de un mundo cada vez más complejo y convulso, se ha mantenido idéntico en lo fundamental. ¿Qué explica la fuerza y duración de la Conferencia a lo largo de 20 años? Sin duda, la fuerza está en la sencillez –que no facilidad- de su vocación. Dialogar genuinamente alrededor de temas de interés compartido siempre fue el objetivo primordial y casi único de la Conferencia. Cuando a la discusión se le despoja de particularismos, protagonismos, y en general de una función instrumental, entonces se da el verdadero gozo del diálogo. En otras palabras, los intercambios en el espacio pequeño e íntimo de la Conferencia no tienen otros fines y son un fin en sí mismo. Por eso se trata de un intercambio genuino.
Lo genuino con el tiempo se vuelve orgánico. La Conferencia se fue construyendo sobre la marcha, guardando lo útil y desechando lo superfluo. Hubo intentos para poner reglas, fijar documentos. El tiempo se los llevó porque no eran necesarios. Pero las afinidades y amistades verdaderas que allí surgieron tienen esa textura orgánica que vence a la inmediatez, a los vaivenes del tiempo presente.
Nunca se trató de una organicidad fría. Desde el principio hubo fraternidad. Aunque el término resulte hoy en día un tanto anticuado, lo que contiene no lo es. Fraternidad es aprecio recíproco y activo más allá de las diferencias. En un país que no ha resuelto sus diferencias más dolorosas y abismales, no siempre es fácil ni valorado lidiar con las diferencias de opinión, de parecer, de sentir. La Conferencia es un espacio para compartirlas y ahondar en ellas. No importa que se provenga o no del mismo medio social y económico: en la Conferencia la solidaridad viene del aprecio hacia quien expresa lo que siente y ve, y que a su vez se deja influir y convencer por lo que sienten y ven los demás.
Por último, la propia permanencia en el tiempo de la Conferencia le fue dando la autoridad suave y discreta que surge de la densidad. Densidad de temas tratados con decenas de ponentes de todos los ámbitos a lo largo de dos décadas. Densidad de los vínculos afectivos que se han ido tejiendo.
A 20 años de su creación, la Conferencia sigue ejerciendo su influjo y su embrujo. Si bien sus bases descansan sobre la racionalidad del diálogo diverso, su halo proviene de una mezcla de tiempo y magia. Sigue siendo un imán para las vocaciones compartidas y un referente para quienes la tenemos como punto de partida. Le tenemos el aprecio que se les tiene a los maestros que dejan huella y que siguen inspirando con el paso del tiempo. Es íntimo pero ya no es pequeño. Es sólo enorme.